Jueves 28 de Noviembre
de 2012
Hoy caminaba
tratando de encontrar un lugar en donde se escuchara menos ruido para poder
enlazarme con la radio ya que a menos de tres ejes el tráfico no me dejo legar
a la radiodifusora.
…Y bueno,
encubierta por la tecnología abrí micrófono
desde mi realidad alterna; sentada en un friso a la orilla de la banqueta…
Ya no sólo es la
joda de que en esta ciudad cada recorrido deba tomarte hora y media -por
lo menos; digo, si no vas a dos o tres colonias de distancia-.
No es tampoco que
el servicio público siga siendo ese descarado lio de mercaderes a quienes les
importa un carajo quien sea el usuario –aplicando la ancestral ‘como si
trajeran animales’-.
Tampoco es que el
despiadado gendarme que tengo como censor interno me latiguee con el rigor de: “¡Carajo!
no te alcanza para vivir y arriesgas el poco trabajo que tienes”.
O es eso, y un
poco más, un cacho más, que me dilató el sentimiento hace unos días cuando me encontraba
de regreso a la ciudad tras un viaje
trabajo/placer...
Durante muchos
años -antes de que naciera mi primer hijo-, viaje mucho; muchísimo. En ello
cada vez que regresaba a la Ciudad de México había una parte de mi celebrando
genuinamente el retorno: me gustaba la ciudad!
((( Esta última vez
no fue así: Me pesó el retorno. Aunque me pesó más –la certeza-,el saber que no
quería regresar... )))
La reflexión
ni siquiera acentuada fue puesta en palabras durante el vuelo; se me escapó de
la boca sin mayor miramiento, y quedo ahí, flotando, como nosotros mismos en la
bestia de metal que surcaba los cielos para traernos en ruta.
La
ruta de regreso al hogar estuvo marcada por el tomar metro, transbordar,
abordar, transbordar y finalmente llegar a la conexión con el tren ligero –vía directa
más cercana a casa-, ésta se encontraba sin servicio: “Los rtp cubren la ruta”
nos informaron en la estación. Salimos a buscarla cargados con dos maletas y
dos bolsas de mano. En la fila varias docenas de personas.
Buscando un taxi,
el primero que encontramos –que yo no quise fuera de la calle- fue un seudo
sitio, cien pesos fue su precio, y los pague; el cansancio y el dolor de cadera
me lo exigieron.
Pensé -ya en mi sillón-:
Yo no quería regresar y la ciudad de abofeteo en cuanto llegue!
Hoy -tres días después-,
tuve que salir de mi bunker; no cubri mi cuota de trabajo, no obstante la hora de
margen; pero aun no había enfrentado el hecho de falta laboral cuando ya me había
confrontado la ciudad:
Las imágenes me
agredieron, desde el chico mostrando destreza con balón en un semáforo,
los transeúntes todos presas de sus propias correrías; los automovilistas
salvagurdando sus historias detrás de los parabrisas…
-“Me duele la
ciudad”- pensé con lágrimas de frustración
“Me duele cada
trozo de una fantasía compartida. Las narraciones incompletas que se leen en
los rostros de todos nosotros; perdidos vástagos de la promesa, ilusión en
una ciudad que todos ocupamos, que todos vivimos a cuesta del lomo”
... Yo no nací aquí,
fui a nacer en Tamaulipas -por razones que aun no logran explicarme-.
Mi familia es de Guadalajara por parte de padre y de Oaxaca por parte de madre;
a la segunda la respeto pero nunca he pertenecido y a la primera le amo tanto
como la evito.
Luego entonces,
soy como casi todos: advenedizos que en modalidades diferentes nos quedamos.
En los 60s, cuando se construyeron los grandes edificios llegó aun más
gente –por la necesidad de mano de obra-,
y se unieron con aquellos que llegaron desde los 20s, 30s, 40s y 50s con el brillo en los ojos
buscando el sueño de la ciudad; para ser parte de la clase media/baja o baja, además
claro de convertirse en tema de películas lastimeras.
Yo no se si
pensarme aquí desde los 70s, supongo que sí, pues he vivido en Guadalajara
intermitentemente, pero siempre regresé convencida a la ciudad.
Ahora, ese “siempre”
perdió sentido; lo vi desaparecer como si escuchara gritar agonizantes a algunas
de mis neuronas.
Recuerdo que en mis
años de jovencita no encontraba eco personal en las lecturas sobre crónicas urbanas
que se marcaban con el sino doliente de la ciudad que te atrapa; entonces no me
provocaban.
Pero, hoy, la ciudad me come, me mastica, y me
escupe; hoy entiendo aquellas crónicas de miseria humana que trascienden lo
material para aplastarte en lo emocional.
Una ciudad de
arraigos, que para cuando te cuestionas –como con los amores enfermos-, la razón
por la cual no lo dejas, te respondes con un sinfín de pretextos…
Y así,
nos perpetuamos; pues hoy -lo que no antes-, hoy me incluyo, paso a ser parte del grueso de la
ciudad; aquella que quiere pensar que este es su hogar, cuando es mas el
vertedero donde ojalá, -ya que hemos superado cualquier expectativa de adaptación
a nuestro medio ambiente-, ojalá también sepamos encontrar la manera de
reciclarnos y no solo de convertirnos en composta para nuevas crónicas desoladas.