domingo, 7 de noviembre de 2010

AEROPUERTOS

Seguridad federal o abuso de autoridad

Sin el mas la mínimo ánimo poético, la anécdota tendría que ser una indignante denuncia, pero en general se convierte en un fastidio en que el además hasta las “gracias” tiene uno que dar....

El pasado 3 de Noviembre tras un extraordinario viaje a la Riviera Maya para conocer y vivir las tradiciones locales del día de muertos –véase blog Información con Obsesión-, solo quedaba regresar a México: Tramitados los boletos, 11 personas nos dispusimos a hacer la reglamentaria fila para que te revisen, por si acaso traes un cortaúñas, por ejemplo, algo que jamás he terminado de entender muy bien: ¿un cortaúñas no puede pasar en una bolsa de mano pues atenta contra la seguridad? (HÁGAME USTED EL FAVOR!)...

Al caso, me separé de mi grupo, ya que con suficiente tiempo –doble fortuna, y adelante leerán la razón-, procedí a mi ritual de despedida el cual incluye salir a fumarme un cigarro.

Cuando me enfile a los detectores de metal, una sesión donde no lo encueran a uno porque todavía nos se les ocurre una manera no tan degradante, y a la cual yo procuro llegar con la mejor actitud por una cuestión cívica –no vaya a ser que en una de esas si ande por ahí alguna “amenaza contra la seguridad nacional”.
Así, nunca llevo cinturón por ejemplo, y mis collares, una de las cosas sagradas que van conmigo a donde sea los acomodo en un estuche que viaja en mi bolsa de mano.
En esta ocasión llevaba una pequeña botella de agua, nueva, y para no tener problemas todavía me aseguré de encontrar a una persona de limpieza para aclararle que tenia el sello puesto y que no me parecía correcto echarla a la basura; que mejor alguien se la tomara.

¿SEGURIDAD o HUMILLACIÓN?

Lo primero que llamo mi atención mientras esperaba mi turno para el escrutinio fue ver a una decana, en silla de ruedas que debía rondar entre los 85 o 90 años. La familia, delante de mi, vació bolsillos, entregó bolsas y demás. Pero al momento de que en teoría debía pasar la Sra. en silla de ruedas el de seguridad preguntó: “¿Puede caminar?”
“Con problemas...” respondió la que supongo, por la edad, era una hija.
“¿Puede o no?” enfatizó impaciente el imberbe guardia.
Perpleja la mujer-hija tardo en responder:
“Podemos levantarla con ayuda de alguien mas”.
El guardia miró a los integrantes de la familia ya exonerados del otro lado y les hizo un gesto para que se regresaran.
Con una sola frase resumió la humillación “Levántela”.
Claro que la mujer-hija le tuvo que explicar a la robusta-mujer-anciana lo que iban a hacer y luego la escenota: La batalla para pasarla por el marco del detector.
Los que mirábamos esperando nuestro turno distinguimos sus pies arrastrando, el sudor de los miembros de su familia maniobrando; y el grupo de guardias, sin inmutarse –claro ¡y de ayudar ni hablamos!-.
La silla de ruedas paso ligerita por el detector, por supuesto sonó, digo, es un detector de metales, y esas cosas están hechas de eso.
La revisión a la silla a mis ojos fue morbosamente lenta.
Mientras la mujer-hija le hablaba a la mujer-anciana al oído como para calmarla, pues durante todo ese tiempo tuvieron que mantenerla en vilo agarrada de los sobacos. Finalmente le permitieron sentarse; pero el show no había terminado, mientras, la veintena de personas que esperábamos divididas en los cuatro carruseles activos no rechistamos.
La lentitud en cada puesto era un exceso, pero aquel episodio de la silla de ruedas nos tenia en estado de shock a la mayor parte de nosotros.

Vaya ya ni yo que cuando algo me eriza la dignidad acostumbro decretar un “osorbo” que lo mínimo va a dirigido a proyectar mi incomodidad hacia la vida futura inmediata del otro, y cuando no es el mínimo, mi pensamiento mas decente hacia el infractor es:
“Ojala nunca tengas una madre o nunca te veas en una situación así para que recuerdes lo que le hiciste a alguien”

Pero el broche de oro para esa familia: el mismo guardia preguntó sobre la dueña de una bolsa que permanecía en una canasta separada. Ordenó que la abriera, ella obedeció, el joven procedió, guante de cirujano en mano y sacó con toda tranquilidad: ¡un humectante medicado para la cara!.
Nada fino, una marca cualquiera; comprada en una farmacia ya en camino al aeropuerto.
Así lo explico la mujer, el astringente era para durante el vuelo poder humectar la piel de su abuela que padece de diabetes.
“... Pero no pasa”, respondió el que de imberbe guardia de seguridad había rebasado el calificativo en mi mente y se encontraba en un franco “pinche pendejo insensible”, pues en mi pueblo te enseñan que puedes decir lo mismo pero de mejor manera...

Si el corum hubiéramos podido intervenir -si hubiéramos tenido el valor cívico-, seguro todos hubiéramos apoyado el: “¿Por qué?, que se escuchó por parte de la familia.
“Ahí dice – señalando un letrero mas desgastado que mi conciencia-: Puede pasar líquidos de 100 ml, este tiene 110 ml así que tiene que ir a su línea aérea y documentarlo o déjelo aquí”.

De nada valió que la mujer se defendiera diciéndole que estaba nuevo, que lo acababa de comprar. El tipo de seguridad le miraba con una indeferencia; ahora si parecía impaciente por terminar su trabajo.
La mujer ni siquiera se molestó tanto como podría haberlo hecho, llevábamos ahí casi 25 minutos. Terminó entregando el astringente, mientras le decía a su abuela, “No te preocupes, en el avión pedimos agua y algodón, con eso hasta que lleguemos a México...”

AHORA ME TOCA A MI

La misma rutina se repetía una y otra vez en el resto de los carruseles, claro que sin el elemento silla de ruedas.
Yo ya con mis cositas puestas en dos charolas: chingadera y media que llevaba, es decir, mis dos bolsas de mano, mi cangurera, la sudadera amarrada en la cintura, una chamarra y un rebozo –porque siempre llegar a México es un trance de cambio de temperatura que me mata-.

Me aventuré a pasar el arco detector. Todo bien. Empujaron hasta a mi una de las dos charolas, la que traía mis trapos. Mientras me ponía la cangurera y amarraba mi chamarra, en los carruseles adjuntos una argentina reclamaba sus pulseras de plata –que yo vi pasar en otra charola mas pequeña que muy disimuladamente preguntando donde iban las cosas “perdidas” guardaron debajo del entronque en donde se juntan los carruseles. A la mujer nadie parecía querer ponerle atención.

A mi otro lado una paisana miraba como sacaban su shampoo y le explicaba al guardia que si bien entendía que no podían pasar mas de 100 ml en liquido, su shampoo ya usado, tenían apenas un cuartito y que no lo había metido a la maleta por temor a que se cayeran en la ropa. Respuesta: nada. Mirada vacua del guardia y una mueca resignada de la mujer para decir “está bien, pues quédeselo”.

Mi gran bolsa de mano, donde llevo mis maquillajes y mis cremas seguía confiscada en un lateral...

El tiempo de esperar me sirvió para observar que todo lo que la gente dejaba a su paso ya fuera por no perder el avión o por evitar el tener que regresar a documentar otra vez quedaba en un gran contenedor.

Quise imaginar el destino de todo aquello y el único consuelo fue que alguien con pocos recursos pudiera aprovechar lo que en ese momento me parecía una de las faltas de respeto mas descaradas que me hubiera tocado ver en mucho tiempo.

... Y no es que tenga mucho mundo, de hecho he viajado poco fuera de México, pero tengo un recuerdo muy claro del aeropuerto de Panamá que se distingue por su seguridad, ahí me pidieron quitarme las botas.
Yo miré con ojos de plato al guardia quien repitió mecánicamente la solicitud –que no la orden, aclaro, porque en entonaciones hay muchas variantes, como todos sabemos-, mientras yo pensaba que me habían visto cara de gente poco decente, otro guardia veía mi pasaporte y tras checar mi nacionalidad me dijo: “Usted es de México. Disculpe, lo que sucede es que este aeropuerto liga con el de Colombia y somos muy precavidos”. Evidentemente el “disculpe” no me eximió de quitarme las botas, pero entendí la razón; aunque también me pregunté por los colombianos que sin deberla debían temerla...

Con los años y los miles de crímenes que se comenten en el mundo entero, lo aeropuertos se han convertido en un intento de filtro en general; y eso puede uno entenderlo hasta cierto punto –el punto se acaba cuando las noticias reportan atentados en aviones; pero bueno ese no es el tema-.

¿DE QUIEN ES ESTA BOLSA?

Preguntó una mujer con porte de luchadora.
Yo respondí y mientras ella escrupulosamente se envolvía en otros guantes de latex – ¡Carajo!. esas madres no son biodegradables ni reciclables, y en cada revisión los desechan para después usar otros nuevos... HÁGAME USTED EL FAVOR!).

Seré descaradamente sincera lo primero que pensé con lo anterior es que temían encontrar algún polvo pica pica , ¿o será que en mi ingenuidad no creo que alguien pueda meter un medio kilo de sosa cáustica nomás para joderse al que quiera abrirle la bolsa?...,... ¿ ?

Al fin, yo, con cara de jugador de poker...
Total, llevaba ya casi 40 minutos ahí –por cierto que la mujer argentina seguía preguntando por sus pulseras-, la de seguridad que después de este renglón pasa a ser “la tipa” por cuestiones de uso correcto del lenguaje; tomó mi bolsa y anunció que la iba a revisar. Lo único que yo hubiera pedido ya no pude hacerlo pues resulta que esa bolsa mía traía lastimado el cierre, por lo cual había que abrirla no muy rápido para que los “dientes” no se atascaran y atoraran el cierre.

Ah!, pues no, antes de poder decir “esta boca es mía”, la tipa, de certero chingadazo, había roto el cierre.

Será que había yo tenido una estancia maravillosa en la Riviera Maya y la paz de mis ancestros me acompañaba; al caso no solo no vocifere sino que le dije tranquila: “No te preocupes mujer, ya estaba lastimado; solo hay que volverlo a cerrar despacio y abrirlo igual despacio”
Quizá tendría que haberle dicho “oficial” para que me tratara mejor; aunque el apelitivo mas descriptivo en ese momento hubiera sido “hija de la chingada”, porque con desprecio anuncio: “.... Noooo. Permítame. Voy por las tijeras para cortarla”.

BENDITA LA OCHA!

Ashé hoy en día a mis Egguns, pues en otra época hubiera hecho un escándalo...
Esta vez sonreí y le dije sencillamente: “No, no le permito: Va a cerrarla y la va a volver a abrir despacio, para que vea lo que quiere ver”.

No se si intuyó en mi que aun cuando estoy domesticada puedo ser un animal bastante poco domable; al caso, no fue por las tijeras y tuvo que hacer lo que yo le había dicho (HÁGAME USTED EL FAVOR), como si fuera una clase ciencias matemáticas avanzadas....

Y entonces, que se arranca: no mas abrió bien la bolsa y en una charola adjunta empezó a aventar mis cremas, mi bronceador, mis maquillajes; según ella nada de eso pasaba, todo rebasaba, todo se tenia que quedar; –evidentemente un rimel no tiene 100me duele perderlo; pero mi crema para la celulitis, esa la que es carísima, que con gran esfuerzo pagué y que aunque parece que no sirve para un carajo, la verdad es que esa no se las iba a dejar-...,...

Y ahí seguía la tipa, saca y avienta, avienta y saca; como si la chamba –o el orgullo le fueran de por medio-...,... pero para cuando se acercaba al compartimiento que guarda mis collares y mis santos de viaje entonces si me salió nuevamente la voz:
“Permíteme un segundo mujer: Lo que estas a punto de agarra es algo de mi religión, si lo avientas vamos a tener un problema, y uno muy fuerte. Sácalo por favor con respeto, para que te asegures de que no es peligroso: puedes abrirlo, pero si quieres verlo de cerca, me lo das, yo lo agarro, y te lo muestro...”

Como si le hubiera dicho que encontraría la hipotética caja de Pandora y que tuviera cuidado pues sus propios demonios acechaban; me miro con odio.
Sacó el estuche y me la entregó...
Mi manilla de Ocha, que procuro no se vea tanto, brillaba bajo la luz del reten.
Para evitar problemas saqué tanto el mazo de mis elekes como a mi Elegua de camino; éste que muy poca gente fuera de mi casa de religión conoce es un hermoso talle en palo revestido de cuentas y rasgos de cauris, pero el hecho es que, al igual que mis collares, no acostumbro dejar que se vean, primero porque desatan preguntas y después conjeturas que pasan desde el vudú hasta cualquier otra pendejada parecida, que a veces estoy de humor para aclarar –muchas veces quien se atreve a preguntar tiene un genuino interés y la información se comparte-, pero muchas veces es solo una cuestión ociosa que prefiero evitar. Quien sabe o ha visto la representación física de un Eleggua o un Eshu sabe que resultan impresionantes por si mismos; bueno pues a esta tipa además de impresionarla le metió un rollo todavía de mas ansiedad y entonces...

QUE VIVA EL FOLKLOR!

... Siguió con su tarea: siguieron saliendo cosas, entre ellas una calavera de barro hecha por las manos de unos niños; obsequio de una comunidad rural que fuimos a visitar y a documentar, esa también la aventó y gracias a todos los santos no se rompió...,...

Encontró también un “tepalcate”, perfectamente envuelto, rompió la envoltura y enseñándomelo pregunto “¿Que es esto?”
Ahí si me sorprendió, se me ocurrieron tres respuestas, la primera obvia “un molcajete”, la segunda “una artesanía típica”, la tercera “una ofrenda a Osain para hacer mis afoches”, esta ultima quedo descartada para no verme obligada a darle una lección de lengua yoruba...,... al caso, ni explique nada, la tipa se volteó para ver a su superior enseñándole la pieza y preguntó lo mismo, el aludido en cuestión la observo de tal forma que ella se limitó a medio guardarla en su envoltorio, la aventó a la otra canasta –hasta creen que la iba a poner con cuidado-, y dio por terminado su registro: “De sus cremas nada pasa, lo demás habría que seleccionarlo..”

... Mire todas mis cosas revueltas. Mi bolsa vacía, esa que me tomó casi una hora ordenar en el hotel: Mis cremas han viajado los últimos años en la misma bolsa, en aeropuertos tan importantes como simplemente el de la ciudad de México. Se lo dije y respondió irónica: “Ah si?, pues aquí no. Así que ponga en este charolita lo que va a dejar”

Empecé a guardar todo nuevamente, ahí mismo.
“Le dije que aquí lo que va a dejar!” .
Entre mis cosas de barro y mis maquillajes solo me distraje para mirarla a los ojos y decirle: “No le voy a dejar nada, absolutamente NADA: Voy a ir a documentar mi bolsa....”.

AGARRA TUS CHUNCHES Y DALE!

Sinceramente esperaba que me dijera que me quitara de ahí, pero al parecer había sido suficiente...

Para mi la humillación y la falta de respeto es lo único que no logro entender ni justificar, me lleva a limites que debo controlar para no sacarle de cuajo la lengua a alguien o simplemente escupir una larga lista de injurias; pero para mi fortuna las neuronas que ocupo se dedican a transferir información y en ese momento mecánico de arreglar mis cachivaches otra vez, mis neuronas se acogieron a una sola enmienda: reflexionar sobre el abuso de autoridad, justificado porque el crimen organizado esta cabron, porque días antes en las noticias se dio a conocer la llegada de una carta bomba a una embajada de México en el extranjero o sencillamente porque a alguien se le había metido entre ceja, oreja y madre que tenían que ser hiperestrictos en el Aeropuerto de Cancún. Pensé en la saña de esta tipa para aventar mis cosas, pensé en que por la manera en que revisaban tampoco me parecía tan confiable el que si hubiera alguna amenaza la pudieran detectar pues estaban mas preocupados por la jodienda de que llevaras tu perfume o un bote de bronceador, cuyo único delito era el no haberse acabado en la playa...

... Casi terminaba de rellenar mi bolsa cuando escuché nuevamente a la mujer de las pulsera de plata. Durante mi propia odisea la vi preguntar a uno y a otros; y todos respondían algo pero nadie le solucionaba nada.

Cuando iba a cargar con mi “bolsa de mano para documentar”, alcancé a ver la esquina de la charolita donde estaban las famosas cuatro grandes manillas...

“¿Señora? –le dije sin quitarme del ángulo del mostrador-, sus pulseras están aquí debajo de mi, en una charola blanca pequeña”.

La tipa que me había registrado estaba ya hostigando a otro infeliz poseedor de una espuma para el cabello; el que me escuchó fue el imberbe que había bajado a la Doña de la silla de ruedas. Me miró duramente, mientras yo sonreía y le decía con mi mejor tono de inocencia: “Ah, es que como estuve aquí tanto tiempo me tocó ver cuando uno de tus compañeros preguntó donde ponían las cosas sueltas, y le dijeron que aquí abajo... ¿yo creo que para que no se perdieran ¿no?”

Ante tal declaración en voz alta se agachó y ... ¡Sopresa!.
Ahí estaban las gruesos aros: las pulseras de la Señora...

El joven masculló algo como: “No sabíamos de quien eran y no las reclamo al pasar”
La mujer, de unos sesenta años, enterísima, se las puso mientras respondía: “Si claro joven...”

Nos deseamos buen viaje y yo volví a salir para documentar mi bolsa.
Afortunadamente el joven del mostrador incluso aseguró mi bolsa pues hasta ese momento yo no me había dado cuenta de que además la tipa rompió la patita con la que se desliza el cierre. Como pudo lo arregló, me dio mi boletito y yo vuelta al pandemonium de los carruseles.

VALE PUES, VAMONOS

Es la primera vez en mi vida que agradezco que me arreen para llegar dos horas antes a la salida de un avión...,... porque de lo contrario con tanto show hubiera perdido del vuelo.

La segunda vuelta la viví con la misma curiosidad: el proceso, los actores y el escenario eran lo mismo, solo variábamos los extras.

Un par de adolescentes, hermano y hermana, de evidente buen nivel social esperaban sus cosas preguntándose que pasaba. Nadie les contestaba.

Mientras yo me volvía a vestir, les explique que sus backpacks estaban por ser revisadas, la jovencita me preguntó con dulzura “¿pero porque?”; llegó el padre de los chicos que había pasado por otro de los retenes –y digo reten porque eso parecen-, el padre preguntó a sus hijos qué habían metido en sus maletas.
La jovencita respondió “nada Papá, nada mas mi shampooo y mis cosas del baño”.
Yo que terminaba de abrochar mi cangurera me volví hacia el padre y le adelanté que eso seria lo que les quitarían.

“No puede ser!” dijo él, mientras yo dejé salir un poco de mi amargura diciendo “Sí carajo, tratados todos como pinches terroristas” ; recordé que estaban los niños y pedí disculpas. El hombre respondió, “No, descuide. Tiene razón...!”

Me di cuenta que lo mejor era no azuzar el fuego, cuando alguien se mete con los hijos de uno entonces se puede poner grave la cosa y eso justamente era probable que pasara con aquellos otros viajeros.

Me despedí y como burla de la vida cuando giraba en mi propio eje hacia la entrada de la sala de abordar, alcance a ver otra silla de ruedas con una señor en ella y escuché la pregunta: “Puede caminar...?”

La parte de mi que estaba argumentando pensó: “si claro: Todos los que andan en silla de ruedas o que usamos bastón podemos caminar sin broncas, lo que pasa es que son accesorios muy bonitos....”

Otra parte de mi continuó: “lo mejor es que no puedes ni siquiera retar a su criterio pues es tan sencillo que te responderán con monosílabos negativos”

Y aun mejor “deberíamos de poner una queja. La pregunta es ¿a quien? , ellos están resguardados pues los aeropuertos son zonas federales. Entonces cualquier violación a los derechos humanos se procesa ¿en donde?. Buena pregunta, un día debería investigarlo” ..., ...

Mientras, jodete, y no te detengas más porque en una de esas aunque la mayoría de ellos carecen de buenos modales, uno que fue educado a punta de “por favor y gracias”; tras tanta humillación, cuando han terminado contigo: ¡hasta las gracias tienes que dar! HÁGAME USTED –el chingado- FAVOR!)