jueves, 29 de noviembre de 2012

DIARIO DEL MAL VIAJE IX: ¡Me duele la ciudad! -composta para nuevas crónicas desoladas-

( Duele: ¡ Y duele un chingo!)

Jueves 28 de Noviembre de 2012

Hoy caminaba tratando de encontrar un lugar en donde se escuchara menos ruido para poder enlazarme con la radio ya que a menos de tres ejes el tráfico no me dejo legar a la radiodifusora.

…Y bueno, encubierta por  la tecnología abrí micrófono desde mi realidad alterna; sentada en un friso a la orilla de la banqueta…

Ya no sólo es la joda de que en esta ciudad cada recorrido deba tomarte hora y media -por lo menos; digo, si no vas a dos o tres colonias de distancia-.

No es tampoco que el servicio público siga siendo ese descarado lio de mercaderes a quienes les importa un carajo quien sea el usuario –aplicando la ancestral ‘como si trajeran animales’-.

Tampoco es que el despiadado gendarme que tengo como censor interno me latiguee con el rigor de: “¡Carajo! no te alcanza para vivir y arriesgas el poco trabajo que tienes”.

O es eso, y un poco más, un cacho más, que me dilató el sentimiento hace unos días cuando me encontraba de regreso a la ciudad tras un viaje  trabajo/placer...

Durante muchos años -antes de que naciera mi primer hijo-, viaje mucho; muchísimo. En ello cada vez que regresaba a la Ciudad de México había una parte de mi celebrando genuinamente el retorno: me gustaba la ciudad!

((( Esta última vez no fue así: Me pesó el retorno. Aunque me pesó más –la certeza-,el saber que no quería regresar... )))

La reflexión ni siquiera acentuada fue puesta en palabras durante el vuelo; se me escapó de la boca sin mayor miramiento, y quedo ahí, flotando, como nosotros mismos en la bestia de metal que surcaba los cielos para traernos en ruta.

La ruta de regreso al hogar estuvo marcada por el tomar metro, transbordar, abordar, transbordar y finalmente llegar a la conexión con el tren ligero –vía directa más cercana a casa-, ésta se encontraba sin servicio: “Los rtp cubren la ruta” nos informaron en la estación. Salimos a buscarla cargados con dos maletas y dos bolsas de mano. En la fila varias docenas de personas.

Buscando un taxi, el primero que encontramos –que yo no quise fuera de la calle- fue un seudo sitio, cien pesos fue su precio, y los pague; el cansancio y el dolor de cadera me lo exigieron.

Pensé -ya en mi sillón-: Yo no quería regresar y la ciudad de abofeteo en cuanto llegue!

Hoy -tres días después-, tuve que salir de mi bunker; no cubri mi cuota de trabajo, no obstante la hora de margen; pero aun no había enfrentado el hecho de falta laboral cuando ya me había confrontado la ciudad:

Las imágenes me agredieron, desde el chico mostrando destreza con balón en un semáforo, los transeúntes todos presas de sus propias correrías; los automovilistas salvagurdando sus historias detrás de los parabrisas…

-“Me duele la ciudad”- pensé con lágrimas de frustración

“Me duele cada trozo de una fantasía compartida. Las narraciones incompletas que se leen en los rostros de todos nosotros; perdidos vástagos de la promesa, ilusión en una ciudad que todos ocupamos, que todos vivimos a cuesta del lomo”

... Yo no nací aquí, fui a nacer en Tamaulipas -por razones que aun no logran explicarme-. Mi familia es de Guadalajara por parte de padre y de Oaxaca por parte de madre; a la segunda la respeto pero nunca he pertenecido y a la primera le amo tanto como la evito.

Luego entonces, soy como casi todos: advenedizos que en modalidades diferentes nos quedamos.

En los 60s, cuando se construyeron los grandes edificios llegó aun más gente –por  la necesidad de mano de obra-, y se unieron con aquellos que llegaron desde los 20s, 30s, 40s y 50s con el brillo en los ojos buscando el sueño de la ciudad; para ser parte de la clase media/baja o baja, además claro de convertirse en tema de películas lastimeras.

Yo no se si pensarme aquí desde los 70s, supongo que sí, pues he vivido en Guadalajara intermitentemente, pero siempre regresé convencida a la ciudad.

Ahora, ese “siempre” perdió sentido; lo vi desaparecer como si escuchara gritar agonizantes a algunas de mis neuronas.

Recuerdo que en mis años de jovencita no encontraba eco personal en las lecturas sobre crónicas urbanas que se marcaban con el sino doliente de la ciudad que te atrapa; entonces no me provocaban.

 Pero, hoy, la ciudad me come, me mastica, y me escupe; hoy entiendo aquellas crónicas de miseria humana que trascienden lo material para aplastarte en lo emocional.

Una ciudad de arraigos, que para cuando te cuestionas –como con los amores enfermos-, la razón por la cual no lo dejas, te respondes con un sinfín de pretextos… 

Y así, nos perpetuamos; pues hoy -lo que no antes-, hoy me incluyo, paso a ser parte del grueso de la ciudad; aquella que quiere pensar que este es su hogar, cuando es mas el vertedero donde ojalá, -ya que hemos superado cualquier expectativa de adaptación a nuestro medio ambiente-, ojalá también sepamos encontrar la manera de reciclarnos y no solo de convertirnos en composta para nuevas crónicas desoladas.